Una semana en la Argentina. He salido a correr un par de veces. Correr por aceras y asfalto acompañado de un calor sofocante me han ayudado a tomar la decisión de apuntarme a un gimnasio.
El gimnasio está situado en la segunda planta de un Supermercado Disco, muy cerca de mi casa. Parece una idiotez pero me siento como un niño en su primer día de colegio. Al entrar en el local me recibe un gran cartel anunciando que en ese gimnasio se encuentran los mejores “Trainers” de todo el país. – ¿No será demasiado nivel para mí? – Pienso.
Después de una pequeña charla con la recepcionista donde, como en cualquier otra primera visita a un gimnasio, explico que mi objetivo es ponerme en forma y perder peso, realizamos una visita guiada al recinto. El gimnasio es similar a cualquier típico gimnasio europeo. Una gran sala central repleta de máquinas de pesas. Cada máquina custodiada por dos “armarios” humanos, que te miran de arriba abajo mientras pasas por su lado simulando, con una mueca en la cara, que también eres un bicho de Gim. Tengo la sensación de que entre ellos cuchichean – “Mira, otro idiota más que se cree que puede poner un cuerpo como el nuestro sin tomar nada”.
Al fondo de la gran sala, dos pequeñas salas más. La primera sala está repleta de bicicletas estáticas. En este gimnasio se utilizan para practicar SportCycle. Otro nombre más que se une a la larga lista de spinning o procycling. Todo ello para encasillar una actividad que consiste en pasar una hora de sufrimiento pedaleando encima de una bicicleta. Y sin moverte del sitio.
En la segunda sala, por lo que me explica la recepcionista, se practican el resto de actividades. Body Balance, Body Combat, Kangoo Power entre otras actividades de nombre similar.
Decido dedicarme al SportCycle, pero antes tengo una entrevista con mi “Personal Trainer”. Que profesional que suena el término.
Los entrenadores argentinos son como los entrenadores de cualquier gimnasio. Te realizan las preguntas de siempre, peso, altura, edad y objetivos. Y te mandan a la cinta a correr veinte minutitos para entrar en calor.
Como soy nuevo, la monitora de SportCycle, Noelia, se me presenta con un beso. Como todos los
argentinos más allá de sexo, edad o raza. Después de darme las típicas instrucciones se sube a una pequeña tarima, se coloca un micrófono y empieza la clase.
A los veinte segundos ya estoy sudando. Los veinte minutitos de cinta y el insoportable calor son más que suficientes para caldear mi cuerpo. Mientras Noelia grita entusiasmada:
- ¡La manos en la posición dos del manubrio!.
- ¡ No separen la cola del sillín!.
- ¡Elonguen la pierna lo más posible!.
Acabo la clase totalmente exhausto y, como dirían acá, totalmente transpirado. La clase, exceptuando algunos términos como manubrio o cola, ha sido muy similar a las clases de spinning o procycling españolas.
Y mañana, si todo va bien, será mi segundo día de gimnasio. Creo que me toca stretching...
Muy bien. Así me gusta, cumpliendo objetivos.
ResponderEliminarUna duda, ¿de verdad ahora los hombres se saludan con un beso en cuanto se conocen?. Antes era un saludo reservado a los amigos. A ver si vas a enviar señales confusas...