sábado, 10 de noviembre de 2012

Mi vida es un cuento

El día del fatídico accidente que me separó de ella definitivamente decidí que nunca más pertenecería a un lugar concreto. La ruptura había sido demasiado abrupta, demasiado inesperada, inadecuada…Como un golpe seco que te desgarra un trozo de corazón y te despoja de tus sentimientos más íntimos y preciados.
Al abrir la puerta del apartamento que compartía con ella me azoto un vendaval de recuerdos que incluso me hizo tambalear. Vi su imagen pueril y frágil recibiéndome desde la cocina con una espontanea sonrisa. Respiré su aroma de flores silvestres, de hierba recién cortada, hasta embriagarme. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que tenía que desaparecer, tenía que desligarme de este lugar y no pertenecer a ningún otro lugar. Allí era sólo una parte más de ella. Como ese lunar que destacaba en su mejilla o el caniche que sacaba a pasear todas las tardes. Nadie me echaría en falta, nadie, si quiera, se daría cuenta de mi ausencia.
Preparé una pequeña mochila y me dirigí a la estación con rumbo a ninguna parte. Tomé el primer tren sin saber su destino. Me acomodé en el primer vagón que encontré vacio. Mientras el tren abandonaba la estación me sentía como la tenue luz que desprende un fosforo mientras se apaga. La sensación era tan real que hasta pude percibir el áspero olor a fosforo recién apagado justo cuando el tren abandonaba el pueblo… para siempre.
Las siguientes horas las dediqué a repasar cada uno de los momentos vividos junto a ella. Fue una especie de homenaje, una despedida. Fue como un rito medieval para expulsar cualquier residuo de ella. No pertenecer a ningún lugar incluía también el corazón y el alma.
Durante meses estuve visitando ciudades, pueblos y aldeas. Cuando me cansaba de viajar me apeaba del tren y me instalaba en cualquier lugar hasta que aparecían los primeros síntomas de vínculo. En ese momento recogía mis pocas pertenencias y lo abandonaba silenciosamente. Sin despedidas, sin explicaciones… únicamente desaparecía.
Al principio, todos los pueblos eran parecidos y sus gentes similares, pero con el tiempo, se fue desvaneciendo la membrana opaca que recubría mis ojos y que no me permitía ver la parte de fantasía que lo rodea todo. Y en cada estación que me detenía, en cada pueblo que visitaba descubría que el mundo es mucho más de lo que vemos.
Descubrí que por las noches los arboles del bosque despiertan y charlan sobre tiempos memorables. Conocí criaturas mágicas, casi imperceptibles, que habitan escondidas entre los hombres dispuestas a enseñar al que realmente quiere ver. Pasee por el pueblo de los gatos que Hurakami relata en 1Q84. Conversé con ancianos de más de 150 años con una fuerza abismal que brotaba de su corazón. 
Y fui descubriendo hasta llegar un día en el que no pude separar la realidad de la fantasía. Hasta llegar un día en él que mi nombre pasó a formar parte de una página de un libro de cuentos y mi historia se convirtió en un relato.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Mi sueño

Tengo un sueño que si os contara me trataríais de loco. Tener sueños a los 40 es un poco locura. Intentar luchar por él cuando uno tiene familia es un poco locura. De hecho lo primero que hago últimamente cuando me levanto es desechar ese sueño. Es sólo un sueño, quizá no sirva para ello, seguramente fracasaría en el intento… ¿Para qué intentarlo?

Hay momentos, como éste, que creo que debería luchar por él. Hay momentos que pienso que todos tenemos un propósito en esta vida y los sueños no son más que guías que te ayudan a descubrirlo. A veces creo que el que no lucha por sus sueños está perdiendo su vida.

Hay otros momentos que pienso que los sueños son sólo para adolescentes. Qué tener sueños a estas alturas ya está demás, que tengo que aprender a controlar mi mente fantasiosa para dedicarme únicamente a mi vida actual, a mi quehacer actual.

Realmente, prefiero la primera opción. Creer que, a pesar de mi edad, algún día me levantaré dispuesto a luchar por mi sueño me ayuda a disfrutar más de todo (Aunque reconozco que alguna noche me despierto sudoroso pensando que no estoy haciendo nada por él).

No sé, desechar un sueño no es tan fácil… creo que, y a pesar de mi edad, quiero luchar por él. Al menos cuando muera podrán escribir en mi epitafio... “No lo consiguió... pero murió luchando por su sueño”.

Soy un mar de dudas… Me decido a luchar por mi sueño y sin más aparece otro pensamiento que me dice... “¿Estás loco?. Y si fracasas… Piensa que tienes una responsabilidad, que tienes hijos que educar... una familia que mantener” e inicia una contienda con la otra voz que dice “Pibe, la vida son cuatro días.. Luchá por tu sueño... no seas boludo, el que no lucha por sus sueños se convierte en una sombra de lo que pudo haber sido. Dejá el miedo y tu vida será macanuda. Hazlo por vos y por los tuyos” (es curioso que la segunda voz siempre me hable e argentino).

Sí, soy un mar de dudas y mientras tanto los días pasan y mi sueño se desvanece. Si quiero luchar por él tengo que empezar ya, en este momento.

Por eso escribo estas líneas, escribir me ayuda a aclarar mis ideas. Es más, cuando escribo descubro ideas que habitan en mi inconsciente que ni siquiera imaginaba.

Gracias letras por ayudarme a soñar. Gracias compañeros poetas, compañeros escritores por compartir conmigo vuestros sueños…. porque sin sueños la vida no tendría luz.. y el mundo sería un lugar habitado por fantasmas.

viernes, 12 de octubre de 2012

El Payaso Piglia

“Aquí huele a muerto”… Le comento la señora Fernández a su rechoncho esposo al pasar frente al número 118 de la Calle Melancolía… a lo que él respondió:
“¿Ah muerto?.. A lo único que huelo es a un delicioso asado que, por cierto, me ha abierto el apetito… ¿A que restaurante vamos a comer hoy mi pichoncito”?

Tres días después se celebraba en la Iglesia de San Pedro y San Pablo el sepelio del payaso Piglia, que fue hallado brutamente asesinado en el 118 de la Calle Melancolía. Los policías que revisaron el cuerpo declararon que sorprendía la brutalidad utilizada por el asesino. Sus ojos fueron arrancados, fue decapitado y su cuerpo sin cabeza colgado por los pies.


Entre los asistentes al funeral destacaba Karina, una espectacular rubia de metro ochenta y con busto de talla similar. Karina era la novia del payaso Piglia. Todos en el barrio se preguntaban como un tipo así, feo, bajito y sin un peso en el bolsillo pudo conquistar el corazón de tal belleza. Pero pocos sabían que unos días antes del cruel homicidio nuestro protagonista había contratado un seguro de vida por valor de un millón de dólares y que el único beneficiario era su espectacular novia.

Karina, ante la sorpresa de todos, sobre todo la del párroco que la observaba atónito, se dirigió al altar con paso lento, con el caminar de la que sabe que todos la observan y admiran. Y eso a Karina, le encantaba. Después de susurrarle algo al oído (al del cura no al del muerto) empezó a hablar. Con tono de voz remilgado y algo fingido empezó a relatar las bondades de su amado. Dulce, cariñoso, divertido para acabar con el típico tópico de que siempre se van los mejores… Regreso a su lugar sin que nadie entre los asistentes se percatara del brillo especial en su mirada… el brillo de la codicia saciada.

Todos en la iglesia sabían que las palabras de Karina eran falsas. El payaso Piglia destacaba más bien por todo lo contrario, era borde, sarcástico y le gustaba humillar al resto de la gente, sobre todo sí era del sexo contrario y estaban enamoradas de él . Su único don, una gracia fuera de lo común para contar chistes. Cualquier boludez expulsada por su boca resultaba graciosa, palabras que dichas por cualquier otra persona resultaban una sandez dichas por él producían carcajadas.

Durante una tiempo gozó de cierta fama, incluso llego a aparecer en algún reality show. Daba juego para ello. Pero con el tiempo llego a resultar monótono y aburrido. Sus chistes eran los mismos de siempre y sus gracias llegaron a ser previsibles, que es lo peor que le puede pasar a un humorista. Fue por eso que acabo actuando los viernes por la noche en un antro de mala muerte rodeado de gente de mal vivir. En esa época fue cuando el payaso Piglia se volvió adicto a la cocaína y a frecuentar salones de juego clandestinos.


martes, 7 de agosto de 2012

Día Melancólico

Despierta un nuevo día. Un día gris donde inmensas nubes amenazan con mojarlo todo. Al igual que mis párpados, repletos de lágrimas secas que anuncian una lluvia interior. Una de esas lluvias que no calan pero que reverdecen los pequeños sentimientos que habitan en lo más profundo de uno.

En un día así sólo te apetece parar y sentir. Sentir cualquier detalle que en un día común te pasaría inadvertido. Sentir que quizá una simple palabra de aliento o una sonrisa sincera pueden ayudar a alguien a sentirse mejor. Sentir que puedes amar y que puedes ser amado.

Hay días que temes  tus propios sentimientos. Te alejan demasiado de la realidad. Sientes que vives en un sueño que nada tiene que ver con el mundo que habitas. Y te da miedo.  Sientes pavor de ser diferente, de que nadie te comprenda, de que tus sentimientos estén pasados de moda. 

Quieres salir corriendo, arrancar a dentelladas cualquier brote que resurja. Acabar a hachazos con un corazón traicionero que consigue que todo tu cuerpo se transforme en un escalofrío. Hasta que finalmente te quedas quieto, observando esos sentimientos que estremecen tu alma, y descubres que, a pesar de que para el diccionario melancolía y tristeza son sinónimos, no te sientes triste. 

Porque los días como hoy no son más que alarmas que te manda tu ser más interior para evitar que la verdadera vida se te escape entre las manos.  Y aunque en demasiadas ocasiones tienes miedo de no ser la solución, de no dar la talla,  los días que rebosan melancolía te ayudan a valorar todo lo que tienes por simple que le pueda parecer al resto del universo.

Nostalgias, recuerdos y añoranzas son los que hoy me dominan. Se han apoderado de mi corazón que en demasiadas ocasiones permanece ausente.  Te das cuenta de que son estos días los que te ayudan a despertar de un letargo que ya dura demasiado.  Te das cuenta de que  las risas sinceras de tus hijos son las que te alimentan.  Te das cuenta de que la mirada honesta de tu esposa es la que te fortalece… Y sí. Te das cuenta de que, a pesar de tus temores, es este el mundo que quieres.  Una mundo que a muchos les puede parecer simple y aburrido.  Pero que en definitiva, es tu mundo, el mundo que has elegido.

domingo, 10 de junio de 2012

Mi primera clase de taller literario

Hoy he tenido mi primera clase de taller literario. Simplemente genial. 

Primer ejercicio, disponemos de media hora para escribir una biografía. Hay que intentar escapar de la típica biografía de fechas y hechos. 

Este es el resultado de mi ejercicio. Hay que tener en cuenta el tiempo y la escritura a bolígrafo a la que no estoy acostumbrado.

“Siempre quise ser un chico duro.  Ya al nacer miré a los ojos de mi mami para que se percatará de que aquí estaba yo. Recuerdo ese día, era un cinco de abril muy frio. Recuerdo que no quería abandonar ese cálido lugar y que luche con todas mis fuerzas para evitarlo. Al final tuve que ceder  pero seguro que mi cara de enojo no pasó desapercibida.

Ya en primaria aparecieron los primeros síntomas que indicaban que mi propósito iba a ser un fracaso. “Destaca por su sensibilidad” fue el veredicto de mi tutor de primaria. Cinco años intentando ser el duro de la clase. Intentando demostrar a todos lo fuerte que era y la palabra prohibida, sensibilidad, es la utilizada por mi tutor para juzgarme.

En secundaria no cambió mucho la situación. Durante esos años la lucha con mis verdaderos sentimientos fue muy intensa. Días vencía el “yo duro” y me los pasaba intentando demostrar a todos lo fuerte que era. Días ganaba el “yo sensible”. Esos días los odiaba, siempre con la sensación del lagrimal a punto de explotar. Durante esos días intentaba ocultarme, pasar lo más desapercibido posible.

7 del 4 de 1993. Nunca podré olvidar ese día. Recién había cumplido 20 años cuando conocí a la que sería mi futura mujer. Por esa época yo andaba por la facultad. Mejor dicho, andaba por los bares que rodean la facultad. 

Fue un amor a primera vista. Durante días, durante meses corrí detrás de ella oculto tras mi máscara de hombre duro. Fracasé. No conseguí ni una simple sonrisa, ni una amable palabra.

Vencido, ausente, no sé realmente porque motivo, le mostré ese yo que más detesto. El yo sensible. Desde ese día todo cambio. Sus ojos se transformaron y detrás de sus pupilas se podía percibir el amor. Su rostro se sereno y su mueca se transformó en una dulce sonrisa.

Esa conquista fue el principio del fin de mi sueño, “hombre duro”. No fue fácil. Fueron muchos los años 
intentándolo. Todos esos auto convencimientos,  todas esas luchas internas, no podían desaparecer de la noche a la mañana. Ni siquiera por ella. 

A poco a poco fui dejando a un lado esa versión dura de mí. Ya no importaba ser fuerte. ¿Para qué? Nací sensible y moriré sensible. No vale la pena perder el mínimo de energía en intentar ser alguien que no soy.
Ahora, a mis cuarenta, he aceptado que soy como soy. Son cientos las situaciones que me han demostrado que así es mejor. Lo mejor que tengo, a ella, lo conseguí con mi yo más genuino…

Aún así, hay días que todavía me despierto con la amargura en el pecho que me produce mi otro yo que permanece dormido en lo más profundo de mí.”


martes, 22 de mayo de 2012

Mi primera clase de teatro.


Ayer asistí a mi primera clase de teatro. Primera conclusión: Un mar de emociones. Durante las dos horas que duró la clase transite por infinidad de estados. Sentí duda, miedo, alegría, vergüenza,  valentía,  complicidad…  Y al final una emoción de euforia se apodero de mi cuerpo. Salí del aula totalmente revitalizado y ansioso por correr, saltar, bailar y gritar.

El día estaba lluvioso. Se acercaba la hora de la clase y pensaba… ¿Ahora ir al taller de teatro?.. ¡Qué boludez! Con cuarenta años uno ya no está para estas cosas. Pero finalmente, empujado por no sé qué impulso, asistí.  

Al descubrir a los que serían mis compañeros de aula sentí que ese no era mi lugar. No encajaba ni en sexo ni en edad. La mayoría de asistentes eran chicas de no más de 23 años.  ¡Qué pintaba un boludo español de 40 años ahí! 

Me toco el turno de presentarme. Tenía que explicar quién era y cuál era el principal motivo para asistir al taller. Tenía todo un discurso preparado sobre lo necesaria que es la interpretación para desenvolverse en la vida. No me dejaron pronunciar palabra. Fue abrir la boca y un murmullo general se apoderó del lugar.

- “¿Vos de donde sos?”. Me pregunto la dulce voz de la profesora. 
- “De España”.  Conteste con una media sonrisa en la boca.
 - “Qué lindo lugar y que linda tonada”. Comento una voz de adolescente.

¡¡Qué linda tonada!!.  Repetí para mí mismo.  Si se supone que los de la linda tonada sois vosotros.  En ese momento me di cuenta de que lo diferente casi siempre causa admiración. De que lo desconocido tiene un poder de atracción irresistible para la mayoría de la gente.

Una vez realizadas las presentaciones de rigor empezamos con los ejercicios. Empezamos por un simple caminar mirándonos unos a otros.  Después teníamos que entablar conversación. Simular que te encontrabas con un amigo de toda la vida al que hacía tiempo que no veías.  Fueron minutos de vergüenza.   Realmente no sabía que decir. ¿Todo bien?.. Si, muy bien.. ¿Y tus padres que tal?... fueron las únicas palabra que conseguí balbucear con un gran esfuerzo.

Durante la clase los ejercicios de improvisación se iban sucediendo. A medida que los minutos transcurrían los alumnos se iban soltando cada vez más.  Es increíble con qué facilidad se contagian los ánimos entre los asistentes en un grupo cerrado.  El grupo cada vez andaba más suelto y yo cada vez más centrado y más metido en la clase.

En dos horas fui un turista visitando un museo. Acudí a una discoteca e invité unos tragos a una chica.  Asistí a un casting y acabé haciendo de caracol…

Realmente el teatro es magia.  En el momento en que eres capaz de dejar todas tus preocupaciones en la puerta.  Cuando eres capaz de introducirte plenamente en la interpretación,  te vuelves consciente de todo lo que sientes y de todo lo que eres. 

 Ayer lo pude descubrir por mí mismo. Dicen que una vez que te subes al escenario uno ya no se quiere bajar.  Yo, por mi carácter tímido y controlado, pensé que no encajaría pero estuvo muy bueno (como dicen acá) y el lunes que viene repetiré. 

Porque ayer descubrí que el teatro no es el arte de interpretar un personaje. El teatro es principalmente un mecanismo que te ayuda a conocerte y a descubrir todo lo que sientes.

viernes, 18 de mayo de 2012

Cinco Meses


Cinco Meses es el tiempo que llevo viviendo en Argentina.  Es increíble que haya pasado tanto tiempo. Todavía puedo sentir el sabor amargo de la inquietud de esos días. Porque sinceramente fueron días difíciles y llenos de dudas. Saber que el amor de mis hijos y el de Carol me estaban esperando al otro lado del Atlántico me dio la fuerza necesaria para dar ese paso con fuerza y determinación.

Durante los primeros meses anduve un poco despistado. Cualquier pequeño detalle llamaba mi atención. Miraba a la gente a los ojos intentando descifrar que se escondía realmente detrás de su mirada. Me afrontaba a los desconocidos con un poco de temor. Me sorprendía de actitudes (sobre todo en temas de seguridad dentro del auto) que en España se consideraban locuras. Y hasta un detalle tan simple como agarrar el colectivo suponía para mí un gran esfuerzo.

Imagino que durante esos días me sentí como un niño perdido en la Gran Vía de Madrid. Como un adolescente que recién besa por primera vez a una jovencita.

Poco a poco, me fui habituando a la forma de vida de acá, a sus costumbres y a sus visiones particulares.

Me acostumbré a caminar por veredas destruidas.  A mirar dos veces por la mirilla antes de abrir la puerta de casa. A viajar en el auto con la traba puesta y las ventanillas cerradas. Me acostumbre a convivir con los piquetes y los paros de subte sin servicios mínimos. Me acostumbré a las colas interminables a la puerta del banco. Me acostumbre a una variación de precios abismal en el mismo día… y de a poco me fui acostumbrando a todo aquello que durante los primeros días me extrañaba, a todo aquello que durante los primeros días me asustaba.

Pero también me acostumbre a la visión de la familia argentina, al respeto y solidaridad que se tienen entre todos.  Me acostumbré al asado, a las pastas, al helado artesanal y a la cerveza Stella. Me acostumbre al buen trato de la gente del gimnasio, a la aceptación de los vecinos y a la amabilidad del desconocido.

Porque, si es verdad que durante estos cinco meses son muchas las situaciones que me han sorprendido y  han dificultado mi integración, no deja de ser menos cierto que también son muchas las situaciones que me han admirado y me han ayudado a ser un argentino más. (por favor obviar preguntar sobre YPF y Telefónica). Me estoy argentenizando tanto que hasta mi forma de hablar se ha visto afectada.

Ahora después de cinco meses, puedo decir que mi cotidianidad es que cada vez más normal. Que puedo viajar en subte sin meter la billetera entre los calzones.  Que puedo ir en bicicleta sin cruzar de lado cada vez que alguien se acerca y caminar por la vereda sin tropezarme con una baldosa levantada.

Y es que no hay situación extraordinaria que se salve de la bravura del tiempo y se transforme en una situación más.