Un nuevo País. Una nueva vida
Mi nueva vida en la Argentina.
sábado, 10 de noviembre de 2012
miércoles, 24 de octubre de 2012
Mi sueño
Tengo
un sueño que si os contara me trataríais de loco. Tener sueños a los 40
es un poco locura. Intentar luchar por él cuando uno tiene familia es
un poco locura. De hecho lo primero que hago últimamente cuando me
levanto es desechar ese sueño. Es sólo un sueño, quizá no sirva para
ello, seguramente fracasaría en el intento… ¿Para qué intentarlo?
Hay momentos, como éste, que creo que debería luchar por él. Hay
momentos que pienso que todos tenemos un propósito en esta vida y los
sueños no son más que guías que te ayudan a descubrirlo. A veces creo
que el que no lucha por sus sueños está perdiendo su vida.
Hay
otros momentos que pienso que los sueños son sólo para adolescentes. Qué
tener sueños a estas alturas ya está demás, que tengo que aprender a
controlar mi mente fantasiosa para dedicarme únicamente a mi vida
actual, a mi quehacer actual.
Realmente, prefiero la primera
opción. Creer que, a pesar de mi edad, algún día me levantaré dispuesto a
luchar por mi sueño me ayuda a disfrutar más de todo (Aunque reconozco
que alguna noche me despierto sudoroso pensando que no estoy haciendo
nada por él).
No sé, desechar un sueño no es tan fácil… creo
que, y a pesar de mi edad, quiero luchar por él. Al menos cuando muera
podrán escribir en mi epitafio... “No lo consiguió... pero murió
luchando por su sueño”.
Soy un mar de dudas… Me decido a luchar
por mi sueño y sin más aparece otro pensamiento que me dice... “¿Estás
loco?. Y si fracasas… Piensa que tienes una responsabilidad, que tienes
hijos que educar... una familia que mantener” e inicia una contienda con
la otra voz que dice “Pibe, la vida son cuatro días.. Luchá por tu
sueño... no seas boludo, el que no lucha por sus sueños se convierte en
una sombra de lo que pudo haber sido. Dejá el miedo y tu vida será
macanuda. Hazlo por vos y por los tuyos” (es curioso que la segunda voz
siempre me hable e argentino).
Sí, soy un mar de dudas y
mientras tanto los días pasan y mi sueño se desvanece. Si quiero luchar
por él tengo que empezar ya, en este momento.
Por eso escribo
estas líneas, escribir me ayuda a aclarar mis ideas. Es más, cuando
escribo descubro ideas que habitan en mi inconsciente que ni siquiera
imaginaba.
Gracias letras por ayudarme a soñar. Gracias
compañeros poetas, compañeros escritores por compartir conmigo vuestros
sueños…. porque sin sueños la vida no tendría luz.. y el mundo sería un
lugar habitado por fantasmas.
viernes, 12 de octubre de 2012
El Payaso Piglia
“Aquí
huele a muerto”… Le comento la señora Fernández a su rechoncho esposo
al pasar frente al número 118 de la Calle Melancolía… a lo que él
respondió:
“¿Ah muerto?.. A lo único que huelo es a un delicioso
asado que, por cierto, me ha abierto el apetito… ¿A que restaurante
vamos a comer hoy mi pichoncito”?
Tres días después se
celebraba en la Iglesia de San Pedro y San Pablo el sepelio del payaso
Piglia, que fue hallado brutamente asesinado en el 118 de la Calle
Melancolía. Los policías que revisaron el cuerpo declararon que
sorprendía la brutalidad utilizada por el asesino. Sus ojos fueron
arrancados, fue decapitado y su cuerpo sin cabeza colgado por los pies.
Entre los asistentes al funeral destacaba Karina, una espectacular
rubia de metro ochenta y con busto de talla similar. Karina era la novia
del payaso Piglia. Todos en el barrio se preguntaban como un tipo así,
feo, bajito y sin un peso en el bolsillo pudo conquistar el corazón de
tal belleza. Pero pocos sabían que unos días antes del cruel homicidio
nuestro protagonista había contratado un seguro de vida por valor de un
millón de dólares y que el único beneficiario era su espectacular novia.
Karina, ante la sorpresa de todos, sobre todo la del párroco que la
observaba atónito, se dirigió al altar con paso lento, con el caminar de
la que sabe que todos la observan y admiran. Y eso a Karina, le
encantaba. Después de susurrarle algo al oído (al del cura no al del
muerto) empezó a hablar. Con tono de voz remilgado y algo fingido
empezó a relatar las bondades de su amado. Dulce, cariñoso, divertido
para acabar con el típico tópico de que siempre se van los mejores…
Regreso a su lugar sin que nadie entre los asistentes se percatara del
brillo especial en su mirada… el brillo de la codicia saciada.
Todos en la iglesia sabían que las palabras de Karina eran falsas. El
payaso Piglia destacaba más bien por todo lo contrario, era borde,
sarcástico y le gustaba humillar al resto de la gente, sobre todo sí era
del sexo contrario y estaban enamoradas de él . Su único don, una
gracia fuera de lo común para contar chistes. Cualquier boludez
expulsada por su boca resultaba graciosa, palabras que dichas por
cualquier otra persona resultaban una sandez dichas por él producían
carcajadas.
Durante una tiempo gozó de cierta fama, incluso
llego a aparecer en algún reality show. Daba juego para ello. Pero con
el tiempo llego a resultar monótono y aburrido. Sus chistes eran los
mismos de siempre y sus gracias llegaron a ser previsibles, que es lo
peor que le puede pasar a un humorista. Fue por eso que acabo actuando
los viernes por la noche en un antro de mala muerte rodeado de gente de
mal vivir. En esa época fue cuando el payaso Piglia se volvió adicto a
la cocaína y a frecuentar salones de juego clandestinos.
martes, 7 de agosto de 2012
Día Melancólico
Despierta un nuevo día. Un día gris donde inmensas nubes amenazan con mojarlo todo. Al igual que mis párpados, repletos de lágrimas secas que anuncian una lluvia interior. Una de esas lluvias que no calan pero que reverdecen los pequeños sentimientos que habitan en lo más profundo de uno.
En un día así sólo te apetece parar y sentir. Sentir cualquier detalle que en un día común te pasaría inadvertido. Sentir que quizá una simple palabra de aliento o una sonrisa sincera pueden ayudar a alguien a sentirse mejor. Sentir que puedes amar y que puedes ser amado.
Hay días que temes tus propios sentimientos. Te alejan demasiado de la realidad. Sientes que vives en un sueño que nada tiene que ver con el mundo que habitas. Y te da miedo. Sientes pavor de ser diferente, de que nadie te comprenda, de que tus sentimientos estén pasados de moda.
Quieres salir corriendo, arrancar a dentelladas cualquier brote que resurja. Acabar a hachazos con un corazón traicionero que consigue que todo tu cuerpo se transforme en un escalofrío. Hasta que finalmente te quedas quieto, observando esos sentimientos que estremecen tu alma, y descubres que, a pesar de que para el diccionario melancolía y tristeza son sinónimos, no te sientes triste.
Porque los días como hoy no son más que alarmas que te manda tu ser más interior para evitar que la verdadera vida se te escape entre las manos. Y aunque en demasiadas ocasiones tienes miedo de no ser la solución, de no dar la talla, los días que rebosan melancolía te ayudan a valorar todo lo que tienes por simple que le pueda parecer al resto del universo.
Nostalgias, recuerdos y añoranzas son los que hoy me dominan. Se han apoderado de mi corazón que en demasiadas ocasiones permanece ausente. Te das cuenta de que son estos días los que te ayudan a despertar de un letargo que ya dura demasiado. Te das cuenta de que las risas sinceras de tus hijos son las que te alimentan. Te das cuenta de que la mirada honesta de tu esposa es la que te fortalece… Y sí. Te das cuenta de que, a pesar de tus temores, es este el mundo que quieres. Una mundo que a muchos les puede parecer simple y aburrido. Pero que en definitiva, es tu mundo, el mundo que has elegido.
domingo, 10 de junio de 2012
Mi primera clase de taller literario
Hoy he tenido mi primera clase de taller literario. Simplemente genial.
Primer ejercicio, disponemos de media hora para escribir una biografía. Hay que intentar escapar de la típica biografía de fechas y hechos.
Este es el resultado de mi ejercicio. Hay que tener en cuenta el tiempo y la escritura a bolígrafo a la que no estoy acostumbrado.
“Siempre quise ser un chico duro. Ya al nacer miré a los ojos de mi mami para que se percatará de que aquí estaba yo. Recuerdo ese día, era un cinco de abril muy frio. Recuerdo que no quería abandonar ese cálido lugar y que luche con todas mis fuerzas para evitarlo. Al final tuve que ceder pero seguro que mi cara de enojo no pasó desapercibida.
Ya en primaria aparecieron los primeros síntomas que indicaban que mi propósito iba a ser un fracaso. “Destaca por su sensibilidad” fue el veredicto de mi tutor de primaria. Cinco años intentando ser el duro de la clase. Intentando demostrar a todos lo fuerte que era y la palabra prohibida, sensibilidad, es la utilizada por mi tutor para juzgarme.
En secundaria no cambió mucho la situación. Durante esos años la lucha con mis verdaderos sentimientos fue muy intensa. Días vencía el “yo duro” y me los pasaba intentando demostrar a todos lo fuerte que era. Días ganaba el “yo sensible”. Esos días los odiaba, siempre con la sensación del lagrimal a punto de explotar. Durante esos días intentaba ocultarme, pasar lo más desapercibido posible.
7 del 4 de 1993. Nunca podré olvidar ese día. Recién había cumplido 20 años cuando conocí a la que sería mi futura mujer. Por esa época yo andaba por la facultad. Mejor dicho, andaba por los bares que rodean la facultad.
Fue un amor a primera vista. Durante días, durante meses corrí detrás de ella oculto tras mi máscara de hombre duro. Fracasé. No conseguí ni una simple sonrisa, ni una amable palabra.
Vencido, ausente, no sé realmente porque motivo, le mostré ese yo que más detesto. El yo sensible. Desde ese día todo cambio. Sus ojos se transformaron y detrás de sus pupilas se podía percibir el amor. Su rostro se sereno y su mueca se transformó en una dulce sonrisa.
Esa conquista fue el principio del fin de mi sueño, “hombre duro”. No fue fácil. Fueron muchos los años
intentándolo. Todos esos auto convencimientos, todas esas luchas internas, no podían desaparecer de la noche a la mañana. Ni siquiera por ella.
A poco a poco fui dejando a un lado esa versión dura de mí. Ya no importaba ser fuerte. ¿Para qué? Nací sensible y moriré sensible. No vale la pena perder el mínimo de energía en intentar ser alguien que no soy.
Ahora, a mis cuarenta, he aceptado que soy como soy. Son cientos las situaciones que me han demostrado que así es mejor. Lo mejor que tengo, a ella, lo conseguí con mi yo más genuino…
Aún así, hay días que todavía me despierto con la amargura en el pecho que me produce mi otro yo que permanece dormido en lo más profundo de mí.”
martes, 22 de mayo de 2012
Mi primera clase de teatro.
Ayer asistí a mi primera clase de
teatro. Primera conclusión: Un mar de emociones. Durante las dos horas que duró
la clase transite por infinidad de estados. Sentí duda, miedo, alegría, vergüenza, valentía,
complicidad… Y al final una
emoción de euforia se apodero de mi cuerpo. Salí del aula totalmente revitalizado
y ansioso por correr, saltar, bailar y gritar.
El día estaba lluvioso.
Se acercaba la hora de la clase y pensaba… ¿Ahora ir al taller de teatro?.. ¡Qué
boludez! Con cuarenta años uno ya no está para estas cosas. Pero finalmente, empujado por no sé qué impulso, asistí.
Al descubrir a los que serían
mis compañeros de aula sentí que ese no era mi lugar. No encajaba ni en sexo ni
en edad. La mayoría de asistentes eran chicas de no más de 23 años. ¡Qué pintaba un boludo español de 40 años ahí!
Me toco el turno de
presentarme. Tenía que explicar quién era y cuál era el principal motivo para
asistir al taller. Tenía todo un discurso preparado sobre lo necesaria que es
la interpretación para desenvolverse en la vida. No me dejaron pronunciar
palabra. Fue abrir la boca y un murmullo general se apoderó del lugar.
- “¿Vos de donde sos?”.
Me pregunto la dulce voz de la profesora.
- “De España”. Conteste con una media sonrisa en la boca.
- “Qué lindo lugar y que linda tonada”. Comento
una voz de adolescente.
¡¡Qué linda tonada!!. Repetí para mí mismo. Si se supone que los de la linda tonada sois
vosotros. En ese momento me di cuenta de
que lo diferente casi siempre causa admiración. De que lo desconocido tiene un
poder de atracción irresistible para la mayoría de la gente.
Una vez realizadas las
presentaciones de rigor empezamos con los ejercicios. Empezamos por un simple
caminar mirándonos unos a otros. Después
teníamos que entablar conversación. Simular que te encontrabas con un amigo de
toda la vida al que hacía tiempo que no veías.
Fueron minutos de vergüenza. Realmente
no sabía que decir. ¿Todo bien?.. Si, muy bien.. ¿Y tus padres que tal?... fueron
las únicas palabra que conseguí balbucear con un gran esfuerzo.
Durante la clase los
ejercicios de improvisación se iban sucediendo. A medida que los minutos transcurrían
los alumnos se iban soltando cada vez más.
Es increíble con qué facilidad se contagian los ánimos entre los
asistentes en un grupo cerrado. El grupo
cada vez andaba más suelto y yo cada vez más centrado y más metido en la clase.
En dos horas fui un
turista visitando un museo. Acudí a una discoteca e invité unos tragos a una
chica. Asistí a un casting y acabé haciendo
de caracol…
Realmente el teatro es
magia. En el momento en que eres capaz de
dejar todas tus preocupaciones en la puerta. Cuando eres capaz de introducirte plenamente
en la interpretación, te vuelves consciente de
todo lo que sientes y de todo lo que eres.
Ayer lo pude descubrir por mí mismo. Dicen que
una vez que te subes al escenario uno ya no se quiere bajar. Yo, por mi carácter tímido y controlado, pensé
que no encajaría pero estuvo muy bueno
(como dicen acá) y el lunes que viene repetiré.
Porque ayer descubrí que
el teatro no es el arte de interpretar un personaje. El teatro es
principalmente un mecanismo que te ayuda a conocerte y a descubrir todo lo que
sientes.
viernes, 18 de mayo de 2012
Cinco Meses
Cinco Meses es el tiempo
que llevo viviendo en Argentina. Es increíble
que haya pasado tanto tiempo. Todavía puedo sentir el sabor amargo de la
inquietud de esos días. Porque sinceramente fueron días difíciles y llenos de
dudas. Saber que el amor de mis hijos y el de Carol me estaban esperando
al otro lado del Atlántico me dio la fuerza necesaria para dar ese paso con
fuerza y determinación.
Durante los primeros
meses anduve un poco despistado. Cualquier pequeño detalle llamaba mi atención.
Miraba a la gente a los ojos intentando descifrar que se escondía realmente
detrás de su mirada. Me afrontaba a los desconocidos con un poco de temor. Me
sorprendía de actitudes (sobre todo en temas de seguridad dentro del auto) que
en España se consideraban locuras. Y hasta un detalle tan simple como agarrar
el colectivo suponía para mí un gran esfuerzo.
Imagino que durante esos días me sentí como un niño perdido en la Gran Vía de Madrid. Como un adolescente que recién besa por primera vez a una jovencita.
Poco a poco, me fui habituando a la forma de vida de acá, a sus costumbres y a sus visiones particulares.
Me acostumbré a caminar por veredas destruidas. A mirar dos veces por la mirilla antes de abrir la puerta de casa. A viajar en el auto con la traba puesta y las ventanillas cerradas. Me acostumbre a convivir con los piquetes y los paros de subte sin servicios mínimos. Me acostumbré a las colas interminables a la puerta del banco. Me acostumbre a una variación de precios abismal en el mismo día… y de a poco me fui acostumbrando a todo aquello que durante los primeros días me extrañaba, a todo aquello que durante los primeros días me asustaba.
Pero también me acostumbre a la visión de la familia argentina, al respeto y solidaridad que se tienen entre todos. Me acostumbré al asado, a las pastas, al helado artesanal y a la cerveza Stella. Me acostumbre al buen trato de la gente del gimnasio, a la aceptación de los vecinos y a la amabilidad del desconocido.
Porque, si es verdad que durante estos cinco meses son muchas las situaciones que me han sorprendido y han dificultado mi integración, no deja de ser menos cierto que también son muchas las situaciones que me han admirado y me han ayudado a ser un argentino más. (por favor obviar preguntar sobre YPF y Telefónica). Me estoy argentenizando tanto que hasta mi forma de hablar se ha visto afectada.
Ahora después de cinco meses, puedo decir que mi cotidianidad es que cada vez más normal. Que puedo viajar en subte sin meter la billetera entre los calzones. Que puedo ir en bicicleta sin cruzar de lado cada vez que alguien se acerca y caminar por la vereda sin tropezarme con una baldosa levantada.
Y es que no hay situación extraordinaria que se salve de la bravura del tiempo y se transforme en una situación más.
Imagino que durante esos días me sentí como un niño perdido en la Gran Vía de Madrid. Como un adolescente que recién besa por primera vez a una jovencita.
Poco a poco, me fui habituando a la forma de vida de acá, a sus costumbres y a sus visiones particulares.
Me acostumbré a caminar por veredas destruidas. A mirar dos veces por la mirilla antes de abrir la puerta de casa. A viajar en el auto con la traba puesta y las ventanillas cerradas. Me acostumbre a convivir con los piquetes y los paros de subte sin servicios mínimos. Me acostumbré a las colas interminables a la puerta del banco. Me acostumbre a una variación de precios abismal en el mismo día… y de a poco me fui acostumbrando a todo aquello que durante los primeros días me extrañaba, a todo aquello que durante los primeros días me asustaba.
Pero también me acostumbre a la visión de la familia argentina, al respeto y solidaridad que se tienen entre todos. Me acostumbré al asado, a las pastas, al helado artesanal y a la cerveza Stella. Me acostumbre al buen trato de la gente del gimnasio, a la aceptación de los vecinos y a la amabilidad del desconocido.
Porque, si es verdad que durante estos cinco meses son muchas las situaciones que me han sorprendido y han dificultado mi integración, no deja de ser menos cierto que también son muchas las situaciones que me han admirado y me han ayudado a ser un argentino más. (por favor obviar preguntar sobre YPF y Telefónica). Me estoy argentenizando tanto que hasta mi forma de hablar se ha visto afectada.
Ahora después de cinco meses, puedo decir que mi cotidianidad es que cada vez más normal. Que puedo viajar en subte sin meter la billetera entre los calzones. Que puedo ir en bicicleta sin cruzar de lado cada vez que alguien se acerca y caminar por la vereda sin tropezarme con una baldosa levantada.
Y es que no hay situación extraordinaria que se salve de la bravura del tiempo y se transforme en una situación más.
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